El cartel Phoebus

El Cartel Phoebus

En el cuartel de bomberos número 6 de Livermore, California, se encuentra una bombita de luz que está encendida desde el año 1901. La “lamparita centenaria”, que figura en el Libro Guinnes de los Records, fue soplada a mano por la Shelby Electric Company, de Ohio, a finales de la década de 1890 y donada después por el dueño de esa compañía al departamento de bomberos en 1901. El por qué funciona desde hace tanto tiempo no parece ser lo extraño, por lo menos para los habitantes de esa ciudad estadounidense, sino por qué las demás lámparas incandescentes del mundo tienen una vida útil tan limitada. La respuesta quizás se encuentra en un protocolo de acuerdo firmado por empresas del rubro el año 1924, fecha en la cual surge la primera víctima de la obsolescencia programada: la noble lámpara eléctrica.

En el cuartel de bomberos número 6 de Livermore, California, se encuentra una bombita de luz que está encendida desde el año 1901.

Ahora bien: si hay una lamparita que puede durar más de cien años, ¿cómo es que la mayoría de las lamparitas que compramos en el supermercado o la ferretería alcanzan a duras penas los doce meses de actividad antes de retirarse? Hay una razón, y no es que sus fabricantes no las pueden hacer mejores, más resistentes y duraderas, sino que no quieren. La primera vez que se expresaron al respecto con acciones férreas fue en 1924. El 25 de diciembre de ese año, varios de los principales fabricantes reunidos en Ginebra, crearon el cartel Phoebus, una confabulación de corporaciones nacida con el objetivo de controlar la producción y el consumo mundial de su producto.

Cuando Thomas Alva Edison comenzó a comercializar sus lámparas,  su idea era conseguir un modelo capaz de iluminar durante el mayor tiempo posible. Hace unos 130 años, en 1881, puso a la venta un modelo que duraba, en promedio, unas 1500 horas. Cuarenta años más tarde, a mediados de los años veinte, existían lámparas capaces de alumbrar durante unas 2500 horas. En ese punto, algunas empresas fabricantes de estos elementos se comenzaron a preocupar. Si la vida útil de las lámparas incandescentes seguía aumentando ¿que haría la industria cuando todo el mundo tenga las que necesita? Para ellos, un producto que no se estropease representaba una verdadera amenaza a su modelo de negocios. Así fue como las más influyentes empresas del sector, incluidas Osram, Philips, Tungsram, Associated Electrical Industries, Compagnie des Lampes, International General Electric y el GE Overseas Group firmaron en 1924 un acuerdo para limitar intencionalmente la duración de los bombillos, mediante una organización que se conocería como “el  cartel Phoebus”

Ahora bien: si hay una lamparita que puede durar más de cien años, ¿cómo es que la mayoría de las lamparitas que compramos en el supermercado o la ferretería alcanzan a duras penas los doce meses de actividad antes de retirarse?

Para 1924, los avisos publicitarios anunciaban lamparitas que alcanzaban duraciones de hasta 2500 horas. El proyecto Phoebus, cuenta Marcus Krajewski, de la Universidad Bauhaus de Weimar, consistió en ponerle a esa vida útil un tope de no más de mil horas, y con ese propósito en 1925 crearon el “Comité de las Mil Horas”. La durabilidad de las bombitas sería controlada mediante unidades testigo separadas de cada serie fabricada, y con multas a los fabricantes que se desviaban del plan trazado. En dos años, la duración de la bombita descendió de las 2500 a las 2000 horas, y para 1940 ya no pasaba de las 1000 prometidas. Es decir, 500 menos de la lámpara que Thomas Alva Edison había puesto en venta en 1881, más de medio siglo antes. Verdaderos genios perversos, los iluminados de Phoebus no sólo habían triunfado, sino que se habían convertido en los pioneros de un factor central de la sociedad de consumo: la obsolescencia programada. Es decir: un sistema de caducidad de los productos planificada por los fabricantes, no siempre explícitamente anunciada, sino en general ignorada por los usuarios. Este sistema se extendió a casi todos los bienes presuntamente “durables” que consumimos, desde la ropa hasta los electrodomésticos. En algunos casos, planificada con un siniestro y secreto nivel de precisión.

Cuando Thomas Alva Edison comenzó a comercializar sus lámparas,  su idea era conseguir un modelo capaz de iluminar durante el mayor tiempo posible.

Esta organización, que oficialmente era una empresa helvética llamada “Phoebus S.A. Compagnie Industrielle pour le Developpement de l’Eclairage”, se mantuvo activa bajo ese nombre por lo menos hasta 1939, aunque algunos sostienen que su influencia se extendió, bajo otros nombres, durante mucho más tiempo. El cartel Phoebus tenía como objetivo conseguir que nadie fabricase lámparas eléctricas incandescentes que durasen más de 1000 horas. Aunque pueda parecer una locura, el cartel impuso duras multas a aquellos fabricantes cuyos productos durasen más que ese tiempo. Incluso había una “escala de castigos económicos” que aumentaban a medida que la duración de las lámparas lo hacia. En el mundo solo había unos pocos fabricantes de este producto, y los más importantes formaban parte del cartel, por lo que sus manejos dominaban completamente el mercado. Entre ellas intercambiaban patentes y, lo más grave, archivaban o saboteaban aquellos proyectos o productos que resultasen perjudiciales para sus propósitos, incluidos modelos de lámparas capaces de durar hasta 100 mil horas.

Hace unos 130 años, en 1881, puso a la venta un modelo que duraba, en promedio, unas 1500 horas.

Es muy difícil encontrar hoy un documento que demuestre la existencia de un “plan” como este en funcionamiento. Pero también es llamativo el hecho que que a pesar de las tecnologías que se desarrollaron entre 1880 y la fecha no se haya podido mejorar sustancialmente la duración de la vida útil de las lámparas.

El objetivo de este encuentro era intercambiar patentes y controlar la producción de bombillas, bajando su vida útil de 2500 horas de funcionamiento a tan sólo 1000 horas. Así, el consumidor compraría constantemente y en menor periodo más ampolletas. Lo anterior, concluye Krajewski, se reforzaba con la idea de “abundancia” de ese tiempo, esto es, que se pensaba que en el mundo existían recursos ilimitados.

Para 1924, los avisos publicitarios anunciaban lamparitas que alcanzaban duraciones de hasta 2500 horas.

El Cártel Phoebus dividió los mercados mundiales de lámparas en tres categorías:

 

• Territorios nacionales, el país de origen de cada uno de los fabricantes.

• Territorios Británicos de Ultramar, bajo control de Associated Electrical Industries, Osram, Philips, y Tungsram.

• Territorio común, el resto del mundo.

 

A finales de los años 1920 una unión de compañías de origen sueco, noruego y danés, llamada la North European Luma Co-op Society (Sociedad Cooperativa Noreuropea Luma), empezó a planificar un centro de fabricación independiente. Las amenazas económicas y legales de Phoebus no consiguieron el efecto deseado, y en 1931 los escandinavos fabricaban y vendían lámparas eléctricas a un precio bastante más bajo que Phoebus.

Esta organización, que oficialmente era una empresa helvética llamada "Phoebus S.A. Compagnie Industrielle pour le Developpement de l’Eclairage", se mantuvo activa bajo ese nombre por lo menos hasta 1939.

En economía se denomina cartel o cártel a un acuerdo formal entre empresas del mismo sector, cuyo fin es reducir o eliminar la competencia en un determinado mercado.

 

 

Los miembros

Osram, Philips, Tungsram, Associated Electrical Industries, Compagnie des Lampes, International General Electric, y el GE Overseas Group eran miembros del cartel Phoebus. Todas estas empresas eran propietarias de un paquete de acciones en la empresa suiza proporcional a las ventas de sus productos.

En 1921 se fundó una organización precursora a manos de Osram, la “Internationale Glühlampen Preisvereinigung”. Cuando Philips y otros fabricantes se introducían en el mercado americano, General Electric reaccionó estableciendo la “International General Electric Company” en la ciudad francesa de París. Ambas organizaciones se involucraron en el intercambio de patentes y en ajustar la penetración de los mercados. La creciente competencia internacional llevó a negociaciones entre todos los mayores fabricantes para controlar y restringir sus respectivas actividades para no interferir en las esferas de influencia de los demás.

El objetivo de este encuentro era intercambiar patentes y controlar la producción de bombillas, bajando su vida útil de 2500 horas de funcionamiento a tan sólo 1000 horas.

 

 

La obsolescencia programada

La pionera revista de diseño “Printer’s Ink” ya en esa época señalaba en sus páginas que “un producto que no se desgastaba constituía una tragedia para los negocios”. Con la depresión del año 29 en Estados Unidos se instituyó casi como norma la obsolescencia programada en las fábricas, ya que hacía producir más productos para lo cual eran necesarios trabajadores, los que ganaban un sueldo haciendo que la economía se desarrollara, haciéndose fuerte y “estable”.

En las escuelas de diseño se comenzaba a enseñar la obsolescencia programada. En los años ’50 los publicistas seducen a las personas a comprar, pero creando consumidores infelices, listos para comprar nuevamente.

Los defensores de la obsolescencia programada dicen que sin ella no habría empleos para crear productos, no existirían las fábricas y los trabajos simplemente se acabarían.

“En la obsolescencia programada participan activamente los conceptos de crédito y publicidad” dice Serge Latouche, Profesor Emérito de Economía de la Universidad de Paris. Agrega también que simplemente “no es posible crecer ilimitadamente en un mundo limitado”.

El clásico filme inglés del año 1951 “The Man in The White Suit” -protagonizado por el fallecido Sir Alec Guiness- presenta al público el concepto de Obsolescencia Programada. El argumento trata de un químico joven que descubre un hilo que no se gasta y por ende dura por siempre. Al poco tiempo lo persiguen los dueños de las fábricas por el peligro que representa su invento para la producción textil y luego los obreros ya que ven amenazados sus trabajos.

En su momento, al otro lado de la cortina de hierro en los países pertenecientes a la URSS, había una economía que no contaba con la obsolescencia programada. La economía comunista no se basaba en el libre mercado sino que estaba planificada por el estado.

Por ejemplo, en la fenecida Alemania del Este, un instructivo del gobierno determinaba que las lavadoras y refrigeradores debían funcionar por al menos 25 años. En 1981, una fábrica de Berlin del Este presentó en una feria de Hanover una bombita eléctrica de larga duración, invento que, por supuesto, fue rechazado por las empresas de occidente. Hoy la fábrica Narva (que producía esta lámpara) ya no existe: fue cerrada luego de caído el muro.

Todos hemos oído hablar de la “obsolescencia programada”, ese mecanismo -para muchos perverso- que acorta intencionalmente la vida útil de algún producto para maximizar los beneficios económicos del fabricante. Cuando hace unos 100 años las instalaciones fabriles hicieron posible fabricar millones de productos iguales a un costo muy bajo, muchos comenzaron a pensar que dicha situación era, en lugar de una buena manera de que todos pudiésemos tener lo que necesitábamos sin complicaciones, una verdadera catástrofe. Imagina que compras un producto cualquiera, como un par de calcetines o un horno de microondas, y este resulta ser lo suficientemente durable como para que nunca mas necesites comprar otro. Si bien esta situación sería sumamente provechosa para tí, sobre todo si gracias a la producción en masa dichos productos tuviesen un precio accesible, representaría un problema para el fabricante, que en lugar de venderte cientos de pares de calcetines a lo largo de tu vida, solo te vendería un puñado.

Osram, Philips, Tungsram, Associated Electrical Industries, Compagnie des Lampes, International General Electric, y el GE Overseas Group eran miembros del cartel Phoebus.

Aunque suene disparatado, son muchas las empresas que acortan intencionalmente el “ciclo de vida” de sus productos. En algunos casos esto permite bajar costos sin perjudicar notablemente a sus consumidores. Por ejemplo, es posible que una computadora pudiese construirse mucho más sólido y capaz de durar 50 o 60 años, pero no tiene sentido encarecer una máquina que de todos modos será obsoleta en solo 5 o 6 años. Esto explica, en parte, por que un viejo teclado de una IBM PC de 1981 pesa unos 3 kilogramos y sigue funcionando como el primer día, mientras que un teclado “chino” moderno con suerte resiste los avatares del uso intensivo durante un par de años. Pero hay otros que fabrican productos “deficientes” intencionalmente, solo para que tengas que reponerlos una y otra vez.

Hoy día las lámparas incandescentes se encuentran en franca retirada, y su comercialización incluso está prohibida en algunos países (debido a su bajo rendimiento), pero la existencia de algo como el cartel Phoebus debería hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que algún cartel similar esté reproduciendo este tipo de control en otros ámbitos.

 

 

Fuentes

Televisión Española: Comprar, tirar, comprar

Neoteo: El Cartel Phoebus

Wikipedia: Cartel Phoebus

Página/12: Mil horas

Biobiochile: Obsolescencia programada: cómo las empresas nos obligan a comprar una y otra vez sus productos

 

 

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