Una fuga reciente en el único depósito de desechos nucleares de Estados Unidos amenaza el futuro del almacenamiento de residuos nucleares en el país. Pero los líderes de Carlsbad, en Nuevo México, aún quieren ser el destino de la historia radioactiva estadounidense.
En esta localidad se trabaja bajo tierra. En la carretera que llega a la ciudad, grúas y cabrias extraen petróleo desde las profundidades de la Tierra.
Muchos residentes van a trabajar a las minas de potasa, un compuesto inorgánico utilizado en fertilizantes. Otros ofrecen visitas al parque nacional de las Cavernas de Carlsbad.
Y algunos de los trabajadores subterráneos recorren 800 metros hacia abajo, pero no para extraer nada sino para enterrar los residuos de la invención humana.
Esta es la Planta Piloto de Aislamiento de Residuos (WIPP, por sus siglas en inglés), el único repositorio geológico de desechos nucleares a largo plazo en Estados Unidos.
Mientras otras localidades del país han luchado con vigor para evitar la instalación de operaciones similares, casi todo Carlsbad defiende el almacenamiento de materiales nucleares a sólo 40 minutos en auto del centro de la ciudad.
Esa confianza fue puesta a prueba recientemente por una fuga radioactiva y tras la revelación de que las pruebas de contaminación de 13 trabajadores habían resultado positivas.
Y como es la única instalación permanente para desechos nucleares del país, los problemas en WIPP tienen eco en el resto de complejos de defensa nuclear de EE.UU., incluyendo retrasos en el transporte ya programado de cargamentos desde distintas partes de la nación.
Sin embargo, es el primer incidente serio en la historia del lugar, y Carlsbad aún parece tener confianza -aunque un poco sacudida- en WIPP.
De hecho, funcionarios municipales esperan que este rincón de Nuevo México sea el hogar de aún más cantidad de residuos nucleares.
Fuga de radiación
Las instalaciones de WIPP, 42 km al este de la ciudad, se parecen desde afuera a cualquier otro establecimiento industrial, excepto por los enormes recipientes que descansan en el estacionamiento.
Pero debajo, a 655 metros, WIPP es una fría caverna con anchos senderos excavados en sal pura a cada lado. Cada sección de almacenamiento, conocida como un panel, mide 4m de alto, 10m de ancho y 91m de largo.
Aquí sólo pueden recibirse ciertos desechos: tienen que provenir de proyectos de defensa estadounidenses y tienen que ser transuránicos, es decir, contaminados por elementos más allá del uranio en la tabla periódica, en los que la radiactividad es particularmente longeva.
La mayor parte de estos residuos son sólidos: guantes, herramientas y escombros radiactivos.
Si uno permanece cerca de contenedores con este tipo de material durante una hora recibirá la mitad de la dosis de radiación promedio que recibe un estadounidense en un año.
Los trabajadores tienen medidores de radiación y pasan un tiempo limitado en cercanía directa con los residuos. Muchos de estos emiten radioactividad a través de partículas conocidas como emisores alfa, que inhalados o ingeridos son muy peligrosos.
En octubre de 2013, funcionarios de WIPP y habitantes de Carlsbad dijeron que el excelente historial de seguridad del lugar les daba confianza.
Pero a principios de febrero, ese historial cambió cuando un pequeño incendio en un camión que cargaba sal clausuró la parte subterránea del lugar.
Luego, el 14 del mismo mes, los sensores subterráneos detectaron radiación.
Más pruebas confirmaron la presencia de dos partículas radioactivas, isótopos de americio y plutonio, en los filtros de aire de la superficie.
Más tarde, los resultados preliminares de los correpondientes test indicaron que 13 empleados que estaban trabajando bajo tierra aquel día habían inhalado o ingerido material radioactivo.
El miércoles de esta semana, funcionarios del departamento de energía señalaron que las nuevas pruebas de seguimiento en esos trabajadores fueron negativas para los dos isótopos.
Esos resultados “indican que los niveles eran extremadamente bajos y que es poco probable que los empleados experimenten graves efectos para su salud”, según escribió Jose Franco, a cargo de la administración en el terreno de WIPP.
Las autoridades del lugar dicen que la cantidad de radioactividad detectada en la superficie, alrededor de 3 milésimas de rem (mrems), es menor a la que supone la exposición a una radiografía de tórax (10 mrems). En todo caso, está en curso una investigación para saber exactamente qué ocurrió.
Orgullo
En la década de 1970, la industria principal de Carlsbad basada en la potasa pasaba por un mal momento económico justo cuando fracasó un plan para sepultar desechos nucleares cerca de Lyons, en Kansas.
Las autoridades de Carlsbad se dieron cuenta de que esa podía ser una actividad estable. El área tenía depósitos de sal y un montón de gente capaz de trabajar bajo tierra.
Una junta de supervisión local pasó años estudiando los riesgos y medidas de seguridad, y la planta recibió su primer cargamento radiactivo en 1999. Desde entonces, más de 90.000 m3 han llegado a descansar aquí desde otras partes del país.
Cuando la BBC visitó el lugar en octubre pasado, John Waters, director municipal de desarrollo, dijo que la ciudad estaba “orgullosa de lo que hacemos aquí”. “Queremos que la gente sepa que estamos ayudando a la nación al ocuparnos de un problema que se está experimentando todo el mundo”.
“Queremos ser el ejemplo de cómo hacerlo bien”, dijo en aquel momento Waters.
Alrededor de 1.000 personas en Carlsbad, una ciudad de 26.000 habitantes, son empleados de WIPP o contratistas vinculados, y su presupuesto anual es de alrededor de U$215 millones al año.
Aunque el petróleo y la potasa han vuelto a florecer en el sudeste de Nuevo México, han tenido sus caídas en el pasado. En cambio, WIPP promete una base económica estable para los residentes. “Esos son nuestros trabajos de altos salarios, los que apoyan a nuestros equipos de béisbol, son parte de nuestra comunidad”, dice Susan Crockett, Comisionada del Condado de Eddy que representa a Carlsbad.
Antes de la fuga, muchos residentes dijeron que el depósito nuclear no les preocupaba en lo más mínimo. Pero ahora hay señales de una cierta inquietud. Una reunión municipal con funcionarios de WIPP sobre el incidente convocó a alrededor de 300 habitantes.
El periódico local, el Carlsbad Current-Argus, informó de un notable aumento en las citas médicas para escanear pacientes en busca de radiación. “Un ciudadano vino al ayuntamiento con una pregunta muy simple: ‘¿Está segura mi familia en Carlsbad?'”, dice el concejal Jason Shirley. Según él, la respuesta es sí. Las medidas de seguridad en WIPP hicieron exactamente lo que tenían que hacer en una situación como esa.
Lo que ocurra después podría también determinar el futuro de otro proyecto potencial de basurero nuclear en la región.
El Condado de Eddy y el vecino Condado de Lea han propuesto hacer un depósito sobre la superficie para desechos radiactivos producidos por plantas eléctricas.
Conocida como Alianza de Energía Eddy-Lea (ELEA, por sus siglas en inglés), la propuesta pretende ser un lugar de almacenamiento interino para combustible usado en espera de un repositorio permanente.
Al ser preguntado recientemente sobre si la reciente fuga puede afectar el futuro de ELEA, John Waters dijo que este es un proyecto separado que debe “sostenerse por sus propios méritos”.
WIPP fue considerado durante mucho tiempo como una rara historia de éxito en el campo de los desperdicios nucleares. Pero con un historial de seguridad que ya no es impoluto, su promesa económica será puesta a prueba ante sus riesgos potenciales.
Por ahora, Calrsbad parece mantener su optimismo. “Pensando hacia adelante, su historial de seguridad será fenomenal”, dice la comisionada Crockett. “No hay razones para no sentirnos seguros con WIPP”.
La planta
La Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos (WIPP por sus siglas en inglés) se encuentra en el condado de Eddy, en Nuevo México, y desde 1999 es un vertedero para muchos de los residuos radiactivos transuránicos de EEUU. El lugar fue elegido por su estabilidad tectónica y geológica y se calcula que en los próximos 35 años recibirá unos 38.000 envíos de residuos. No obstante, será inaccesible para las futuras generaciones, quizá en los próximos 10.000 años.
Los residuos transuránicos consisten más que nada en ropa, herramientas, telas, tierra y otros materiales que han sido contaminados con elementos radiactivos cuyo número atómico es mayor que el del uranio (principalmente plutonio). Son por tanto, residuos altamente peligrosos, un subproducto derivado de varios programas de investigación nuclear estadounidenses, y su eliminación supone un importante desafío.
Después de que se desestimara Kansas como lugar de almacenaje de estos residuos, se escogió la zona de Nuevo México. La cuenca salada de Delaware está formada por la evaporación de un mar hace 250 millones de años, durante el Pérmico. El lugar fue elegido porque geológicamente era ideal y por la ausencia de aguas subterráneas que podrían representar un peligro. El Congreso autorizó la construcción de la WIPP en 1979 y las pruebas en las instalaciones empezaron en 1988. En marzo de 1999 llegó el primer envío de residuos desde las instalaciones de investigación y desarrollo de armas nucleares de Los Álamos, Albuquerque.
Los residuos transuránicos se clasifican en dos grandes grupos: los de manipulación mediante contacto directo (CH por sus siglas en inglés), que los trabajadores pueden manipular en ambientes controlados, sin ninguna protección especial más allá del contenedor en el que llegan, y los de manipulación remota (RH), que contiene altos niveles de radiación y deben ser transportados y manipulados en contendedores forrados de plomo. Los residuos RH constituyen sólo un 4% del total que ha sido enviado a la WIPP.
Las cámaras donde se depositan se encuentran a 600 metros debajo de la superficie. Los recipientes de los RH se guardan en nichos perforados en las paredes de las salas de almacenaje que luego se sellan con cemento. Los residuos CH simplemente se colocan ordenadamente en el suelo. Cuando el almacén esté lleno tarde o temprano se hundirá, y cuando esto pase los huecos que queden se rellenarán con sal hasta que la WIPP quede completamente sellada a cientos de metros bajo tierra.
La WIPP está regulada por varias agencias, de las cuales las más importantes son el Departamento de Energía y el Departamento de Medio Ambiente de Nuevo México. Su acceso está estrictamente controlado, como es natural, y el recinto está rodeado por una enorme valla.
Cualquiera que tenga que hacer una visita oficial debe visionar un vídeo de seguridad antes y disponer del equipamiento necesario (incluyendo un respirador de emergencia y un detector de radiación para ir bajo tierra). Todos los envíos de residuos están rastreados por satélite desde un centro de control y todas las vías de acceso al recinto guardan severas normas de seguridad. Hay 25.000 empleados entrenados y listos para actuar en caso de emergencia.
Mantener a la gente alejada del lugar es una de las preocupaciones principales, aunque igual de importante es asegurarse de que las futuras generaciones no se lo encuentran por casualidad. Por este motivo, un comité de científicos, antropólogos y lingüistas ha pasado años desarrollando un sistema para prevenir a las gentes de un futuro lejano para que se mantengan alejadas del lugar, mediante una serie de señales verbales y no verbales destinadas a indicar que la zona no es segura.
Pero, ¿qué implica esto en la práctica? En primer lugar, cuando la planta esté llena, se dispondrá un terraplén que bordeará el área de casi 50 hectáreas y que tendrá 11 metros de alto y 33 de ancho. En el suelo se distribuirán 128 objetos metálicos equidistantes y detectables por radar, junto con imanes que darán a la zona su propia firma magnética. Luego se colocarán unos bloques de granito de ocho metros de altura alrededor del terraplén y alrededor de estos se delimitará una zona de 10 kilómetros cuadrados con más bloques.
Además de todo esto, se construirá con granito un punto de información en el centro del área donde están las instalaciones que tendrá mensajes escritos en varios idiomas, junto con pictogramas. Dos habitaciones más con la misma información se enterrarán en otros puntos del lugar y se mandará información a archivos del mundo entero para que los mapas, obras de referencia y otros se actualicen. Finalmente, de vuelta al recinto, se enterrarán de forma aleatoria unos discos de unos 23 cm de diámetro hechos de granito, arcilla o alúmina con mensajes escritos en uno de siete idiomas (inglés, árabe, chino, francés, ruso, español y navajo).
Fuente: BBC Mundo
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