Son biocombustibles de tercera generación. Las algas consumen desechos, purifican las aguas cloacales y pueden ser utilizadas sin afectar tierras de cultivo alimentario. El proyecto avanza en la Universidad Nacional de Cuyo.
Se lanzó el primer proyecto para producir comercialmente, en la Argentina, biocombustibles a partir del cultivo de algas. Lo desarrollan ingenieros de la Universidad Nacional de Cuyo, y ofrece perspectivas a tres puntas. Una es poner al país en la primera línea para producir el biocombustible que más apuestas a futuro convoca. Otra es aprovechar el hecho de que, para estas algas, los desechos que más repugnan al humano son manjares exquisitos, y utilizarlas para purificar las aguas cloacales, en este caso de la capital mendocina. Todavía otra perspectiva es usarlas para reciclar el dióxido de carbono de fábricas y centrales eléctricas y así integrarlas en la respuesta al calentamiento global. Las algas unicelulares (capaces de duplicar su tamaño en 24 horas) son la estrella de la “tercera generación” de biocombustibles. La primera generación, que utiliza plantas tradicionalmente empleadas para alimentación humana como el maíz o la caña de azúcar, es cada vez más cuestionada, no sólo por entidades ambientalistas sino por organismos supranacionales incluida la Unión Europea.
El equipo de la Facultad de Ingeniería de la universidad cuyana está dirigido por Jorge Barón: “Ya logramos producir aceite apto para fabricar biodiesel, a partir de algas unicelulares, con rendimientos muy interesantes, aprovechando las excelentes condiciones del sol durante el verano mendocino”. El desafío, en la Argentina y en el mundo, es “hacerlo a escala industrial, en condiciones económicamente sustentables”. Para anotarse en esta carrera, los investigadores cuentan ya con financiación, proveniente de una empresa norteamericana. “En el nivel científico, ya lo hemos probado: ahora se trata de dar el salto al nivel tecnológico.”
Las algas pertenecen a la denominada tercera generación en biocombustibles. La primera corresponde a la obtención de alcohol etílico a partir de cultivos como el maíz, la caña de azúcar o la soja. Este procedimiento es hoy fuertemente objetado: primero, porque quita tierra cultivable a la producción de alimentos; segundo, porque, aunque libere a la atmósfera menos dióxido de carbono que el petróleo o el gas, de todos modos el balance ambiental resulta negativo, especialmente si se considera la energía necesaria para las distintas etapas del cultivo, incluido el uso de fertilizantes. Por eso la Unión Europea, que a fines del año pasado estableció la obligación de que el diez por ciento del combustible usado en transporte en su territorio provenga de fuentes renovables, puso en condicional el uso de estas fuentes.
La segunda generación de biocombustibles utiliza las mismas plantas de cultivo pero se vale de partes residuales, sin valor alimenticio, como podría ser el bagazo de la caña de azúcar o las hojas de los árboles que se cultivan por su madera. Pero las tecnologías necesarias son demasiado caras. Según evaluó la Unión Europea, “es improbable que la segunda generación de biocombustibles sea competitiva con la primera antes de 2020”.
La tercera generación, la más promisoria, apela a cultivos desarrollados exclusivamente para la obtención de combustible: incluye palmeras de muy rápido desarrollo, pero la estrella son las algas. Estas son consideradas los organismos más eficientes de la tierra por su altísima tasa de crecimiento (algunas especies duplican su tamaño cada 24 horas) y su alto contenido de aceite aprovechable. Además, como se cultivan en agua, no usurpan tierra destinada a producir alimentos.
El agua donde han de cultivarse las algas no necesita estar limpia y en realidad es mejor que no lo esté. En el caso del proyecto de la Universidad de Cuyo, “pensamos aprovechar las aguas de Campo Espejo, que es el lugar donde se tratan todas las aguas cloacales de la ciudad de Mendoza”, contó Barón. Estas aguas ya reciben un tratamiento, mediante bacterias que degradan el material orgánico y las dejan en condiciones de ser utilizadas para el riego de cultivos no destinados a alimento. “Estamos en tratativas con el gobierno provincial para utilizar esas aguas servidas en el cultivo comercial de algas: componentes que son dañinos para la salud humana, como el amoníaco, para las algas son un alimento muy bueno. Y, como subproducto, quedará un agua totalmente purificada.”
Para alcanzar sus enormes velocidades de crecimiento, las algas (como todas las plantas) necesitan tres cosas: sol, para la fotosíntesis; nutrientes, señaladamente el nitrógeno; y dióxido de carbono. Otra de las patas del proyecto mendocino es “aprovechar el dióxido de carbono que emiten las fábricas o centrales de electricidad”, agregó Barón, y explicó: “El gas de la chimenea de la fábrica se hace pasar por el agua donde crecen las algas: así el dióxido de carbono se disuelve para formar agua carbonatada, una especie de soda: bajo la luz del sol, el alga absorbe ese dióxido de carbono y lo transforma en moléculas orgánicas más grandes, como azúcares, proteínas o aceite”. Este procedimiento “tiene la ventaja adicional de que reduce la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera por parte de las industrias involucradas”. Esto, además de su valor ecológico, tiene un valor económico gracias a los “bonos de carbono” que establece el Protocolo de Kyoto.
De todos modos, “por más que el desarrollo de las algas ya esté logrado a nivel científico, no es fácil poner a punto las tecnologías necesarias para hacerlo económicamente rentable, que incluyen determinar la temperatura, la salinidad y la acidez del agua –comentó Barón—. Si bien en la Argentina hay otros proyectos de investigación en el plano científico, el nuestro es el primero que encara la producción a escala industrial”.
Faltaba la superalga
El investigador-empresario Craig Venter (cuya firma había establecido la secuencia del genoma humano con propósitos comerciales) hizo un convenio por 600 millones de dólares con la petrolera Exxon, a fin de desarrollar algas más eficientes para la producción de biocombustibles. La inversión, que efectuará Exxon en la compañía Synthetic Genomics Inc., se cumplimentará a lo largo de cinco años.
Jorge Barón –jefe del equipo que, en la Universidad de Cuyo, trabaja en el área– señaló que “el proyecto de Venter es muy discutible, ya que apunta a crear, por ingeniería genética, una ‘superalga’, de características excepcionales. El problema es que, si esta alga llegara a liberarse al ambiente, podría producirse un desastre ecológico: es factible que las otras algas no pudieran competir con ella, lo cual es extremadamente peligroso tratándose de un organismo que duplica su tamaño en cuestión de horas”.
Una tribu de avanzada
Una tribu de aborígenes norteamericanos está en primera línea en el desarrollo de algas para combustible. Los Utes del Sur, una de las comunidades indígenas más adineradas de Estados Unidos, en el estado de Colorado, cerró trato con una empresa dirigida por un profesor de la universidad estadual para financiar el desarrollo de algas, aprovechando el dióxido de carbono proveniente de una planta de procesamiento de gas natural.
Matthew Box, dirigente de la tribu, sostuvo que “es incorporar una antigua manera de pensar a un problema actual”. Los Utes del Sur discrepan con la obtención de biocombustibles a partir de maíz o caña de azúcar “en un mundo donde la gente sigue sufriendo hambre”. La tribu, de 1400 integrantes, tiene una tradición en el uso de plantas medicinales, y “el uso de algas hace presente a nuestra gente la utilización de hierbas beneficiosas que se obtienen en las montañas”, según su líder.
¿Que es un biocarburante o biocombustible?
Los biocarburantes o biocombustibles son combustibles que se generan a partir de procesos biológicos, son de origen biológico no fosilizado. Presentan una gran cantidad de ventajas frente los combustibles fósiles, entre ellas producir bastante menos cantidad de C02, principal gas causante del efecto invernadero. Al tratarse estos de recursos inagotables, son excelentes para reemplazar los combustibles que se producen en base al petróleo, el cual escasea y por otro lado produce grandes efectos contaminantes en la atmósfera, como el efecto invernadero entre muchos otros. Este tipo de biocombustibles, están caracterizados por la posibilidad de aplicación a los actuales motores de combustión interna, y ya son muchos los vehículos que se están fabricando para funcionar con este tipo de carburantes.
Existen diferentes tipos de biocombustibles que mencionaremos a continuación:
-Bioetanol: Etanol generado a partir de la biomasa o de una fracción biodegradable de residuos.
-Biodiésel: éster metílico generado a partir de un aceite vegetal, algas o animal de calidad similar al gasóleo.
-Biogás: combustible gaseoso generado a partir de la biomasa de vegetales y/o a partir de la fracción biodegradable de los residuos.
-Biometanol: metanol generado a partir de la biomasa de vegetales.
-Biodimetiléter: dimetiléter generado a partir de la biomasa de vegetales.
-BioMTBE (metil ter-butil éter): combustible generado a partir del biometanol.
-Biocarburantes sintéticos: hidrocarburos sintéticos o sus mezclas, generados a partir de la biomasa vegetal.
-Aceite vegetal puro: obtenido a partir de plantas oleaginosas mediante presión, extracción u otros procedimientos comparables, crudo o refinado, pero sin modificación química.
Fuentes: Página/12 – BiodiSol
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