En los últimos años, una porción significativa del movimiento transfronterizo internacional ha girado en torno a computadoras personales, hardware, electrodomésticos, dispositivos eléctricos antiguos, y teléfonos celulares usados; todos ellos transportados con la finalidad de extraer aquellas partes que pueden volver a ser utilizadas, de acondicionarlos y reutilizarlos, o de procesar y recuperar algunas materias primas. Las estadísticas de importación y exportación muestran que se importaron más de 17,5 millones de toneladas y se exportaron 1,6 millones de toneladas designadas como montajes eléctricos y electrónicos de desechos o restos de éstos. Se prevé que el movimiento transfronterizo de tales artículos aumentará de modo significativo a medida que cada vez más países fabriquen equipos eléctricos y electrónicos, restrinjan el control sobre los métodos de disposición aceptados, adopten procesos para la recuperación de constituyentes de valor, y utilicen prácticas seguras para el manejo de los constituyentes peligrosos de los desechos eléctricos y electrónicos (por ejemplo, cadmio, plomo, berilio, CFC, pirorretardantes bromados, mercurio, níquel, y ciertos compuestos orgánicos).
Si bien la importación de desechos eléctricos y electrónicos ofrece ciertos beneficios económicos, cuando se produce a nivel masivo y en conjunto con la generación de un nivel similar de desechos a nivel local, representa una carga pesada para la salud y el medioambiente, especialmente para los países en vías de desarrollo.
El Convenio de Basilea
El Convenio de Basilea es un tratado ambiental global que regula estrictamente el movimiento transfronterizo de desechos peligrosos y estipula obligaciones a las partes para asegurar el manejo ambientalmente racional de los mismos, particularmente su disposición.
El Convenio de Basilea fue adoptado el 22 de marzo de 1989 y entró en vigor el 5 de mayo de 1992. El Convenio es la respuesta de la comunidad internacional a los problemas causados por la producción mundial anual de 400 millones de toneladas de desechos peligrosos para el hombre o para el ambiente debido a su características tóxicas/ecotóxicas, venenosas, explosivas, corrosivas, inflamables o infecciosas.
El Convenio reconoce que la forma más efectiva de proteger la salud humana y el ambiente de daños producidos por los desechos se basa en la máxima reducción de su generación en cantidad y/o en peligrosidad. Los principios básicos del Convenio de Basilea son:
– El tránsito transfronterizo de desechos peligrosos debe ser reducido al mínimo consistente con su manejo ambientalmente apropiado;
– Los desechos peligrosos deben ser tratados y dispuestos lo más cerca posible de la fuente de su generación;
– Los desechos peligrosos deben ser reducidos y minimizados en su fuente.
Para lograr estos principios, la Convención pretende a través de su Secretaría controlar los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos, monitorear y prevenir el tráfico ilícito, proveer asistencia en el manejo ambientalmente adecuado de los desechos, promover la cooperación entre las Partes y desarrollar Guías Técnicas para el manejo de los desechos peligrosos.
La basura tecnológica
Los desechos eléctricos y electrónicos están clasificados en el Anexo VIII del Convenio de Basilea, dentro de las listas A1180, A1150, y A2010, así como en el Anexo IX, dentro de la lista B1110. En virtud del Convenio, este tipo de desechos está clasificado como desechos peligrosos, fundamentalmente cuando contienen compuestos tales como acumuladores y otras baterías, interruptores de mercurio, vidrios de tubos de rayos catódicos y otros vidrios activados, capacitores de PCB, o cuando están contaminados por cadmio, mercurio, plomo, u otros bifenilos policlorados. Además, las cenizas de metales preciosos procedentes de la incineración de circuitos impresos, y los desechos de vidrios de tubos de rayos catódicos y otros vidrios activados serán caracterizados como desechos peligrosos.
En su mayor parte, la industria de equipos eléctricos y electrónicos está globalizada y sus procesos de producción y montaje se tercerizan cada vez con mayor frecuencia a países en vías de industrialización. Los efectos sobre la salud y el medioambiente relacionados con el creciente aumento de volúmenes de desechos eléctricos y electrónicos, ya sea como artículos usados o como equipos fuera de vida útil, importados o producidos a nivel nacional, requieren el desarrollo de capacidades sólidas para prevenir, reducir al mínimo, reutilizar, reciclar, o recuperar materiales provenientes de tales desechos, y para disponer aquellos residuos que resulten de este tipo de operaciones.
Los desechos eléctricos y electrónicos constituyen un factor de creciente preocupación en la región de América del Sur. Desde el año 2000, el uso de computadoras personales en la región ha aumentado a razón de 15% anual. Por otro lado, las cifras de la UIT demuestran que Brasil y Argentina se encuentran entre los 25 países con mayor cantidad de computadoras personales del mundo.
Los países han identificado numerosos obstáculos a su capacidad de manejar los desechos eléctricos y electrónicos de modo ambientalmente racional. Tales obstáculos incluyen la falta de información de fácil acceso (con respecto a volúmenes, cantidades, tecnologías disponibles, requisitos legislativo-comerciales de los países que importan productos nuevos, quienes requerirán normas cada vez más estrictas para la reducción al mínimo, reutilización, reciclado, y recuperación de esta clase de desechos).
Los humanos siempre han sido muy competentes en cuanto a generar basura. En el futuro, los arqueólogos observarán que en las postrimerías del siglo xx un nuevo tipo de residuos nocivos explotaron por todo el paisaje: los despojos digitales conocidos como desechos electrónicos. Hace más de 40 años, el cofundador de Intel, Gordon Moore, el fabricante de chips para computadoras, observó que la capacidad de procesamiento de los equipos de cómputo se duplica aproximadamente cada dos años. Un corolario no declarado de la “Ley de Moore” es que en cualquier momento todos los equipos considerados de vanguardia están simultáneamente a las puertas de la obsolescencia. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), se calcula que de 30 a 40 millones de computadoras estarán listas para la “administración de la obsolescencia” durante los siguientes años.
Las computadoras difícilmente son el único soporte físico electrónico acosado por la obsolescencia. Se ha programado el cambio a transmisión de televisión digital de alta definición, volviendo inoperantes los televisores que hoy funcionan perfectamente, pero que sólo reciben la señal analógica. Mientras los televidentes se preparan para ese cambio, unos 25 millones de televisores son sacados de circulación por sus usuarios cada año. En el mercado de la telefonía celular, cuyos consumidores tratan de ir a la moda adquiriendo el modelo más reciente, 98 millones de teléfonos recibieron su última llamada en 2005 en Estados Unidos. Si se cuadraran las cifras de todas las fuentes de desechos electrónicos, el equipo eliminado podría elevarse a 45 millones de toneladas métricas anuales en todo el mundo, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Entonces, ¿adónde va a parar toda esa chatarra? En EUA, se calcula que más de 70 % de las computadoras y de los monitores desechados, así como más de 80 % de los televisores terminarán a la larga en un vertedero de residuos, pese al creciente número de leyes estatales que prohíben tirar desechos electrónicos, ya que pueden filtrar plomo, mercurio, arsénico, cadmio, berilio y otras sustancias tóxicas en la tierra. Mientras tanto, según la EPA, a partir de 2005 se ha guardado un volumen inconmensurable de equipo electrónico que no se usa. Incluso si permanece en áticos y sótanos indefinidamente, sin llegar nunca a un vertedero de residuos, esa solución tiene su propio efecto indirecto en el medio ambiente. Además de las sustancias tóxicas, los desechos electrónicos contienen considerables cantidades de plata, de oro y de otros metales valiosos que son conductores de electricidad muy eficientes. En teoría, reciclar el oro de las tarjetas madre de computadoras caducas es mucho más rentable y causa menos destrucción ecológica que extraerlo de la roca, lo que a menudo pone en peligro selvas tropicales primigenias.
Actualmente, menos de 20 % de los desechos electrónicos que entra en el proceso de eliminación de desechos sólidos se encauza mediante compañías que se anuncian como recicladoras, aunque es probable que ese porcentaje aumente cuando estados como California tomen medidas enérgicas para evitar que terminen en vertederos de residuos. No obstante, la práctica de reciclar en el sistema actual es menos benéfica de lo que suena. Mientras algunas empresas de reciclaje preparan el material pensando en reducir al mínimo la contaminación y los riesgos para la salud, la mayoría de ellas lo vende a intermediarios que lo embarcan a países en desarrollo, donde el cumplimiento de la ley para proteger el medio ambiente no es tan estricto.
Eliminación de residuos
Muchos gobiernos, conscientes de que la eliminación inadecuada de desechos electrónicos daña el medio ambiente y la salud, han buscado establecer una reglamentación internacional obligatoria. El Convenio de Basilea de 1989, un acuerdo entre 170 naciones, exige que los países desarrollados notifiquen a las naciones en desarrollo la llegada de embarques con desechos peligrosos. Muchas naciones subdesarrolladas y grupos ecologistas y declararon que los términos eran muy poco estrictos, y en 1995 las protestas resultaron en una enmienda conocida como la Prohibición de Basilea, que impide exportar desechos peligrosos a los países pobres. Aunque la prohibición aún no entra en vigor, la UE ha consignado los requisitos en sus legislaciones.
La UE también exige que los fabricantes sean responsables de la eliminación adecuada de los materiales que producen. Hace poco, una nueva directiva de la UE aconseja el “diseño ecológico” de productos electrónicos, fijando límites para niveles admisibles de plomo, mercurio, agentes ignífugos y otras sustancias. En otra, se exige que los fabricantes monten infraestructura para recolectar los desechos electrónicos y se garantice un reciclado responsable; una estrategia llamada “de devolución”. A pesar de estas medidas preventivas, una cantidad considerable de toneladas no informadas sigue saliendo de puertos europeos sin ser detectada, con destino al mundo en desarrollo.
Asia es el centro de manufactura de casi toda la tecnología de vanguardia, y a ese lugar suelen volver los aparatos cuando se tornan inservibles. China ha sido durante mucho tiempo el cementerio mundial de los equipos electrónicos. Con el crecimiento explosivo de su sector manufacturero, que impulsa la demanda, los puertos chinos se han convertido en los conductos para el material reciclable de todo tipo: acero, aluminio, plástico, incluso papel. A mediados de los ochenta, los desechos electrónicos también empezaron a llegar a los puertos en grandes cantidades, llevando la lucrativa promesa de los metales preciosos incrustados en las placas de circuitos. Vandell Norwood, dueño de Corona Visions, empresa de reciclaje de Texas, recuerda cuando los intermediarios extranjeros de desechos comenzaban a buscar equipos electrónicos para embarcarlos a China. Actualmente, se opone a dicha práctica, pero en ese entonces él y muchos colegas se percataron de que era una situación que beneficiaba a ambas partes. “Decían que todos esos aparatos se reciclarían y se pondrían otra vez en circulación –Norwood recuerda cómo se lo aseguraban los intermediarios–. Parecía ecológicamente responsable y era lucrativo porque me pagaban para que yo me deshiciera de ellos”. Volúmenes enormes de desechos electrónicos se embarcaban y se obtenían grandes ganancias.
La percepción de que era un negocio ecológicamente responsable se desvaneció en 2002, año en que BAN (Basel Action Network, grupo que se opone al envío de desechos peligrosos a naciones en desarrollo) estrenó un documental que mostraba cómo se reciclaban los desechos electrónicos en China. Exporting Harm se centraba en el pueblo de Guiyu, de la provincia de Guangdong, que se había convertido en un tiradero de cantidades descomunales de basura electrónica. BAN documentó cómo miles de personas llevaban a cabo en prácticas peligrosas, como quemar alambres de computadora para sacar el cobre, fundir tableros de circuitos en botes para extraer el plomo y otros metales, o remojar los tableros en un ácido potente para aislar el oro. Aunque en 2000 China prohibió la importación de desechos electrónicos, eso no suspendió el comercio. Sin embargo, tras la publicidad generada en todo el mundo por el documental, el gobierno amplió la lista de desechos electrónicos prohibidos y exigió a los gobiernos locales que hicieran cumplir la interdicción decididamente.
Sin embargo, para algunas personas quizá sea demasiado tarde, debido a que ya se desencadenó un ciclo de enfermedad o de discapacidad. En una avalancha de estudios revelados el año pasado, científicos chinos documentaron la difícil situación ambiental de Guiyu. El aire en algunos sitios que aún operan recuperando material electrónico contiene las cantidades más altas de dioxinas registradas en cualquier lugar del planeta. Las tierras están saturadas con esta sustancia química, probablemente cancerígena, que puede afectar los sistemas endocrino e inmunitario. En la sangre de los trabajadores de la industria electrónica se detectaron niveles elevados de difeniléteres polibromados (PBDE, por sus siglas en inglés); se trata de agentes ignífugos de uso corriente en los productos electrónicos y potencialmente dañinos para el desarrollo fetal, incluso en niveles muy bajos.
El cementerio
Guiyu es el mayor cementerio de basura electrónica del planeta. Cada año entran en esta ciudad al sureste de la República Popular de China un millón y medio de libras de basura electrónica. Hasta hace unos años procedía casi por completo de los países desarrollados, sobre todo de Estados Unidos. Según la revista Time, cada día en Estados Unidos 350.000 teléfonos celulares y 130.000 computadoras pasan de ser tecnología a ser basura, y el 50% de todo esto es exportado. Actualmente no está tan claro de dónde proceden los residuos ya que China ha empezado a producirlos en grandes cantidades: 1 millón de toneladas al año. Parece ser que el 80% de todo lo que llega a Guiyu son residuos extranjeros.
En Guiyu, mediante los procedimientos más insanos y contaminantes que se te puedan ocurrir, separan el plomo, el oro, la plata y otros metales valiosos de todo el rezago. En estos procesos una parte de los residuos se convierte en dinero, otra en contaminación atmosférica y otra en cáncer para los trabajadores de Guiyu. Pero qué pasa con lo que sobra, ¿dónde se tira lo que no se puede etiquetar ni de basura tecnológica? ¿Dónde acaban los residuos de los residuos?
Fuentes: Times – Obsoletos.org – National Geographic – Microsiervos – Wikipedia – Wired
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