La amenaza de un colapso energético se cierne sobre el país desde que la reactivación económica motivó un fuerte aumento del consumo de electricidad y combustibles en un contexto de escasa inversión privada.
Una crisis profunda
El atributo más importante que caracteriza a nuestras sociedades modernas y a nuestra forma de vida es el altísimo consumo energético. Este consumo está sustentado en la utilización de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) que constituyen el 80 por ciento de la matriz energética mundial. El problema con los combustibles fósiles es que, además de los problemas ambientales que ocasionan, son recursos no renovables. El primero que está comenzando a dar señales de agotamiento es el petróleo, que proporciona cerca del 40 por ciento de la energía total consumida y el 90 por ciento de la utilizada para el transporte. A partir de estos datos podemos entender cómo el petróleo condiciona la dinámica política de nuestro planeta y también la agenda de nuestra región. Hoy en el mundo se habla de crisis energética y los gobiernos de los países desarrollados están impulsando políticas activas para encontrar alguna solución al problema, que van desde el impulso al desarrollo de energías alternativas hasta estrategias geopolíticas para garantizarse el suministro de petróleo.
A través de su historia, la industria petrolera se caracterizó por una oferta muy superior a la demanda y por el hecho de que los recursos estaban concentrados en pocos países, entre los que se encontraba en primer lugar Estados Unidos. Esto hizo que desde 1930 las grandes empresas petroleras se cartelizaran para evitar el derrumbe de los precios y garantizarse el dominio de las fuentes de producción. A partir de la crisis de 1973, el cartel petrolero se trasladó a la OPEP y los recursos se nacionalizaron. Desde entonces, se estableció una tensión permanente entre los países productores y consumidores para definir los niveles de precios del crudo que se resolvió por criterios económicos y políticos.
Hoy, la situación es muy distinta y el aumento fenomenal del precio del petróleo tiene que ver con cuestiones geológicas que condicionan los aspectos económicos y políticos. Si bien estamos lejos del agotamiento del petróleo, estamos en un punto donde, por primera vez en la historia, la oferta tiene dificultades para satisfacer la demanda, ya que lo que se está agotando es la capacidad de sustituir los flujos de petróleo que perdemos cada año debido al agotamiento de los yacimientos. Por eso en nuestro país está disminuyendo la producción de petróleo y esto no tiene que ver ni con las tarifas ni con las inversiones. Nuevas inversiones nos van a permitir nuevos descubrimientos, pero no podrán evitar la declinación de la producción. Es un problema geológico, no económico.
En este punto debemos diferenciar el problema en superficie de la crisis energética del problema profundo de la misma. El problema en superficie lo constituyen los cortes de energía eléctrica, la falta de gasoil y la interrupción en el suministro de gas, etc. Esto lo podemos asociar a tarifas inadecuadas, falta de inversiones y planificación e incluso a la estructura de nuestro sistema energético.
Ante esto debemos trabajar en tres niveles. Por el lado del suministro, apostar a la exploración costa afuera y establecer políticas de exploración en el continente. En este punto habría que ver el rol que puede y debe jugar YPF a partir de su nueva composición accionaria. Se debe tratar de modificar nuestra matriz energética donde el gas tiene una participación excesiva (51 por ciento). En el nivel de la demanda, impulsar el ahorro energético a través de premiar la eficiencia energética, establecer nuevos códigos de edificación, definir características técnicas que deben cumplir los vehículos, acondicionar la infraestructura ferroviaria para mejorar la capacidad de transporte de cargas. Por último, en el nivel político, seguir impulsando la integración energética regional con el objetivo de consolidar la integración sudamericana. Nuestra región se puede autoabastecer energéticamente.
El problema profundo es que desde hace 25 años el mundo consume más petróleo del que descubre y que el tamaño de los nuevos descubrimientos empezó a disminuir en los años sesenta. Los recientes descubrimientos en aguas profundas del Golfo de México y Brasil son grandes, pero no cambian esta tendencia. Hoy el mundo consume alrededor de 86 millones de barriles diarios y se calcula que para 2030 esta cifra alcanzará los 130 millones, pero nadie sabe de dónde saldrá ese petróleo. Y el mundo no puede importar petróleo. El modelo energético actual, basado en los combustibles fósiles, está agotado. Se ha acabado la era de la energía barata.
Por Víctor Bronstein (Director del Ceepys – Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad)
La encrucijada
La noticia de que el día 23 de junio se batió en el Sistema Interconectado Nacional (SIN) el record de potencia eléctrica máxima generada –más de 19.100 Megawatt–, si bien no sorprendió a autoridades y conocedores del sector, generó alarma. Esa potencia es casi la máxima que pueden suministrar todas las máquinas generadoras confiables del SIN, más allá de la cual no hay potencia de reserva para satisfacer cualquier aumento del consumo o falla no previstos. Si a la vez no hubo sorpresa, es porque desde hace años se viene marchando hacia esta encrucijada: crece el país y aumenta el consumo energético y no se instalan nuevas máquinas generadoras en cantidad suficiente. Además, escasean los combustibles para la generación de electricidad –el gas, principalmente, y el fueloil, que es el combustible líquido de reemplazo– y hay que recurrir a la importación de ambos.
Esta evolución del problema, que desde el 2002 venimos preanunciando desde el movimiento Moreno, fue reconocida por la Compañía Administradora del Mercado Eléctrico Mayorista (Cammesa) en un informe publicado en el 2004. El gobierno nacional presentó entonces un Plan Energético 2004-2008, anunciando una serie de obras y medidas para mejorar la situación. Según dicho plan, para aumentar la potencia eléctrica instalada se completaría la construcción de la central nuclear Atucha II (730 Mw) y se elevaría el nivel de la represa de Yacyretá a 83 m (incremento de 1400 Mw).
En transporte, se ejecutarían obras en líneas de alta tensión de reacondicionamiento y de interconexión entre regiones del país, se intensificaría la importación de electricidad desde Brasil y de gas desde Bolivia, y se limitaría la exportación de gas, e incentivaría su extracción. Y se pondría en marcha un programa de premios y castigos para incentivar el ahorro y desalentar el aumento del consumo eléctrico.
Ya casi al fin del período que abarca el Plan, veamos su grado de cumplimiento y los resultados que venimos experimentando. Las grandes obras de generación, la ampliación de Yacyretá y Atucha II, están en marcha, pero su terminación se demorará por lo menos hasta avanzado el año 2010. Se agregaron, entretanto, otras generadoras: dos máquinas de las centrales Manuel Belgrano y General San Martín, una turbina en cada una, con un total de 540 MW.
También se han agregado algunas máquinas a centrales existentes, turbinas a boca de pozo y algunas máquinas de grandes empresas para su autoabastecimiento, que ocasionalmente incorporan energía a la red. Pero estos generadores agregados funcionan con gas y algunos eventualmente con fueloil; en cualquier caso acentúan la dependencia de la generación eléctrica de los combustibles fósiles. Y vemos en estos años que no se ha ampliado la extracción de gas, se ha limitado su exportación (no suprimido totalmente), Bolivia no puede aumentar la exportación de gas y las reservas declaradas se han reducido. Hoy importamos gas licuado y lo regasificamos, a altísimo costo. Y hoy hay que importar buena parte del suministro de fueloil.
Y venimos sufriendo limitaciones en el consumo. Grandes industrias, que reciben presiones para reducir su consumo eléctrico y de gas, reprograman o recortan su producción. En los momentos de consumo pico de electricidad, se efectúan cortes preventivos para no afectar a los usuarios residenciales de los centros urbanos. La racionalización del consumo ha avanzado poco. Las restricciones y la sustitución por lámparas de descarga de las incandescentes son efectivas, pero han producido resultados visibles sólo en el alumbrado y los organismos públicos. Los premios y castigos en tarifas no han resultado hasta ahora.
¿Qué nos deparará la electricidad en el corto plazo? A todos, mayor alarma, pues, como muestran las estadísticas, el consumo probablemente seguirá creciendo. A los usuarios, mayores gastos: ya se anunció el aumento de las tarifas residenciales (no sólo de la luz, también del gas y otros servicios); para industrias y comercios se podrían sumar mayores restricciones. Para todo el país, la confluencia del encarecimiento del petróleo con el déficit de inversiones en el sector energético, que arrastra desde hace dos décadas, está llevando el sector a un callejón sin salida. La balanza de pagos energética va camino de convertirse en una segunda deuda externa.
Por Hugo Palamidessi (Ingeniero. Miembro del Grupo Moreno)
Fuente: Página/12
Información relacionada
El desabastecimiento como problema regional
Se compran más grupos electrógenos por el creciente temor a la crisis
¿Cuál es la solución a los cortes?
Fecha de publicación del artículo original: 28/08/2020